Para muchos profesionales y trabajadores autónomos, las redes sociales son una herramienta muy tentadora para mostrarse y dar a conocer sus productos y servicios. Y digo “tentadora” porque están ahí a su alcance, son gratuitas, fáciles de usar y están disponibles en todo momento. Pero a pesar de esta aparente simplicidad, creo que su uso vale la pena un breve análisis a conciencia.
Compartir demasiada información, mostrar todas nuestras actividades (personales y profesionales) y opinar sobre diversos temas puede ser perjudicial para nuestros propósitos. Porque, después de todo, como muchos expertos en branding personal señalan, el propósito de nuestra comunicación debe ser, ante todo, construir una reputación y una imagen de nosotros mismos, de nuestros valores y de nuestra esencia. Recordemos siempre que “somos nuestra propia marca” y tenemos que pensar muy bien cómo se debería comportar esa marca.
Al pertenecer a un sector tan tradicional y formal como es el de la interpretación y la traducción, debemos hacer un uso muy cuidado de la información y las imágenes que compartimos en redes sociales.
Hay eventos que nos llenan de satisfacción y que quisiéramos compartir en redes sociales, pero el trabajo se dio dentro de un marco de confidencialidad y no podemos abrir a nuestros conocidos lo que pasó ese día. Una reunión a puertas cerradas entre un Presidente y otro funcionario público, de la cual no transciende información en los medios, no debe convertirse en elemento de promoción de nuestros servicios.
De la misma manera, cuando un colega o agencia de traducción nos contrata para trabajar en un evento organizado por ellos, no podemos subir una foto a nuestras redes sociales para “adjudicarnos” ese proyecto laboral. Debemos ser cuidadosos con la manera en que compartimos los resultados y pedir permiso para subir esa foto, y si se nos concede, entonces podemos hacerlo, etiquetándola con el nombre del colega y/o el de la empresa.
¿Y si el evento es nuestro y del ámbito privado? Podemos compartir fotos, pero chequeando previamente con el cliente: si la información es confidencial o reservada, las fotos no deberían mostrar más que el centro de convenciones, la cabina, los colegas participantes, sin que trasciendan datos, imágenes o detalles que revelen el nombre de la conferencia o del cliente. De esta forma, estamos promoviendo nuestros servicios de interpretación y coordinación de eventos, pero sin violar el acuerdo de confidencialidad con el cliente. Por el contrario, si el cliente está interesado en divulgar y promover abiertamente información sobre la conferencia, entonces seremos aliados y compartiremos las imágenes, con etiquetas y hashtags en todas las redes.
¿Y qué pasa con la vida personal? ¿Subirías ESA foto a Instagram o a tu perfil de Facebook, donde te siguen o tenés como amigo a algunos clientes importantes... en la que estás un poco pasado de copas una noche de fiesta, o en bikini en una playa? ¿Cómo impactaría esa imagen personal relajada y descuidada con aquella imagen profesional y formal que ya tienen tus clientes sobre nosotros? ¿Podrían acaso contener la risotada al vernos nuevamente en la próxima conferencia o reunión de trabajo?
Es importante que no caigamos en excesos y que hablemos solo cuando tenemos algo valioso para decir, o para hacer un aporte a la comunidad. La sobreinformación genera una sensación de “toxicidad” digital que no le hace bien a nadie. Es importante que pensemos cuidadosamente cada mensaje que compartamos, para generar buenas bases y cosechar grandes resultados.
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